Jeringa

La jeringa o jeringuilla es un instrumento vital para el trabajo sanitario. Hoy en día resulta imposible imaginar hospitales y centros de salud sin pensar en este artilugio. Y aunque parezca simple, su creación supuso una auténtica revolución para la salud, pues permitió una administración más precisa de los medicamentos. 

El nombre de jeringa tiene sus orígenes en el griego syrinx, que significa tubo. Consiste en un cilindro hueco, generalmente de plástico, con una escala de medidas impresa en un lateral para medir la cantidad exacta de líquido que se va a administrar. En un extremo del cilindro, hay un émbolo que se puede empujar o tirar para aspirar o expulsar el líquido.  

En el extremo opuesto, en la punta de la jeringa, se coloca una aguja. La aguja es un instrumento metálico hueco, delgado y afilado que penetra en la piel o en otro material para administrar medicamentos o extraer fluidos. 

¿Para qué sirve una jeringa? 

Una, jeringa o jeringuilla se utiliza para administrar medicamentos, vacunas, extraer fluidos corporales y aplicar anestesia, entre otras funciones. Su diseño versátil permite la medición precisa de líquidos, facilitando un tratamiento preciso y eficaz.  

En la sanidad, tanto humana como animal, las jeringas son herramientas esenciales que garantizan la seguridad y la eficacia en la aplicación de tratamientos. 

Historia de la jeringa 

La historia de la jeringa se remonta a tiempos antiguos, pero su versión moderna tiene sus raíces en el siglo XIX, con la invención de la aguja hipodérmica. Antes de esta, existieron varios artefactos que trataban de crear embudos que permitieran introducir medicamentos o alimentos, con mayor facilidad, dentro del cuerpo o directamente en la sangre. 

Se han rastreado diversos intentos de invención de la aguja, por lo que su invención o primeros pasos se atribuye a diversas personas. No obstante, hay algunos que tuvieron mayor éxito y marcaron hitos.  

En 1844 el médico irlandés Francis Rynd diseñó una aguja para inyectar líquidos bajo la piel de los pacientes. No se trataba precisamente una aguja hipodérmica, pero su funcionamiento era similar.  

Casi 10 años después, el veterinario francés Charles Gabriel Pravaz y el escocés Alexander Wood empezaron a idear un instrumento para administrar medicamentos. Wood, motivado por unos fuertes dolores que sufría su esposa, descubrió que inyectando morfina en el nervio, el dolor se mitigaba con más eficacia.  

Así fue como en 1853, surgió una de las primeras agujas hipodérmicas, revolucionando la administración de medicamentos. En sus orígenes, eran jeringas de metal, que pronto se sustituyeron por vidrio para poder ver mejor el contenido.  

Desde entonces, ha habido numerosas innovaciones, como el sistema Luer Lock, que asegura una conexión segura entre la jeringa y la aguja, evitando fugas y garantizando la precisión en la dosificación. 

Posteriormente, con la llegada del plástico, se inventaron las jeringuillas desechables, que permitieron eliminar el riesgo de contaminación cruzada.  

En el siglo XXI, la investigación y el desarrollo continúan impulsando la evolución de las jeringas. Ante la crisis mundial por la contaminación por plásticos, se están abordando soluciones que permitan que la industria sanitaria sea menos contaminante, sin que se pierda la seguridad para los y las pacientes.  

Por otra parte, cada vez se dan más avances en la creación de jeringuillas inteligentes, que permiten una mayor precisión y reducción de la incomodidad para quien recibe la inyección. Estos dispositivos pueden registrar datos como la hora de la administración, la dosis y la frecuencia, lo que puede ser valioso para el seguimiento de tratamientos.